mundo trivial

martes, agosto 29, 2006

El final de la historia

¿Nunca se preguntaron al leer un libro, qué estaría haciendo el autor precisamente en ese instante? Por ejemplo, ¿qué estará haciendo precisamente ahora Dan Brown, el autor de "El código Da Vinci"? O JK Rowling, la autora de Harry Potter. Aparte de estar ganando dinero, claro... ¿estarán durmiendo? ¿trabajando en su nuevo libro? ¿ordenando el ropero, quizás? ¿hablando por teléfono? ¿eligiendo la comida?

Me causó mucha gracia saber que el autor de "La historia sin fin" (Die unendliche Geschichte en el idioma original), se llama Michael Ende. Creo que "fin" en alemán no se dice "ende", pero de seguro que suena muy parecido.

Una vez mis padres me regalaron un libro de Michael Ende para que tuviera lectura mientras me recuperaba de una operación de muelas del juicio. Lo empecé a leer pero me curé muy rápido, así que lo dejé por ahí. Un domingo de tarde decidí retomarlo, y me leí el resto de un tirón.

Al día siguiente, supe que exactamente a esa hora, en Stuttgart, se moría Michael Ende.


Pues nada, que hoy hace 11 años de eso.

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lunes, agosto 28, 2006

Arquitectura humana

Para Mauricio Planel

Me gusta observar la ciudad en la que estoy, en las personas que veo por la calle. Y llego a la conclusión que las ciudades no sólo están hechas de edificios, calles y monumentos, sino que las personas que viven en ellas, de alguna forma se les parecen y las complementan. Que las personas justifican la existencia de viviendas es claro, pero la existencia de los edificios, calles y monumentos tiene una dolorosa independencia de los individuos... permanecen o desaparecen sin importarles si quienes vivieron allí están o ya se fueron. Pero no es ése el tema de este post.

Lo que me sorprende, aunque a veces pueda ser obvio, es lo visible de las diferencias y características de la gente que está en cada lugar. Por ejemplo al mirar los barrios costeros de Montevideo: en el puerto se ve una variedad cosmopolita, pero es la única zona cerca del centro donde yo he visto koreanos (hombres solos, parejas de koreanos no recuerdo haber visto nunca aquí). La Ciudad Vieja solía ser el contraste increíble entre la city (muchos bancos, modernos y elegantes, con sus empleados, modernos y elegantes), una gran cantidad de empresas públicas (con sus empleados no tan modernos ni tan elegantes); y gente muy pobre que mira al puerto, resabios de una inmigración que fomentaba hoteles muy malos y putas muy baratas.

Como esta polaridad era poco, ahora además la Ciudad Vieja atrae a "jóvenes con onda", llamados por el circuito nocturno y por los edificios reciclados, que tienen apartamentos pequeños y contrahechos, pero, eso sí, de lo más en onda. Elementos portuarios, bohemios y yuppies, juntos y entreverados, eso es la Ciudad Vieja. Culpa es lo que siente uno si su aspecto es anodino o vulgar: allí hay que definirse.

Hacia el este, están los barrios Sur y Palermo. Son la zona que eligió la colectividad afro uruguaya para habitar. En este país racista, donde ningún negro llega muy alto en la escala social y muy dificilmente llegue a ganar mucho dinero (salvo que se dedique al fútbol, al contrabando de droga, al proxenetismo o cualquiera de sus combinaciones), es de esperar que la inversión inmobiliaria no sea muy grande. Las casas son viejas y sus fachadas no están mantenidas sino que acumulan los rastros del paso del tiempo: pinturas sucesivas, arreglos poco ortodoxos, y muchos elementos de madera, hierro y tierra romana originales. Mal mantenidos, pero originales al fin. En las calles de estos barrios se ven más negros, mulatos, mestizos y zambos que en cualquier otro punto de la ciudad. Son dos barrios cuyo palpitar no es figurado: las cuerdas de tambores desfilan sólo en febrero, pero ensayan todo el año. Los sábados y domingos por la tarde, hay desfile por la calle Carlos Gardel.

Más hacia el este viene el Parque Rodó, barrio playero, con jardín, con calesitas, intelectual, artístico, meca de la ZonaDiseño y también bastante pobre. Barrio de artistas e intelectuales de perfil bajo, de las facultades de Arquitectura, Ingeniería y Economía, de la embajada de Japón (dicen que esa casa perteneció a Aristóteles Onassis). El boom edilicio le está quitando el aire de barrio modernista, el de "La raya amarilla" y "La ciudad en la playa", y lo está llenando de rostros anónimos, de empleados de clase media que buscan ahorrarse el boleto para ir a trabajar. El Parque Rodó se transformó hace años lo que la Ciudad Vieja recién intenta ahora: una mezcla entre lo chic del diseño Hermann Miller y el reciclaje de casas viejas con mucho hierro y verde.

Punta Carretas es el siguiente barrio, yendo por la rambla hacia el este. Barrio elegante, con muchos edificios recién construidos y una maravillosa disposición municipal que prohibe seguir construyendo viviendas de más de 4 pisos, Punta Carretas fue escenario de una fuga carcelaria masiva, cuando se escaparon 120 tupamaros del penal. El penal devino en shopping center y está unido al hotel Sheraton, es muy común encontrarse con extranjeros en este barrio. El barrio suena a muchas lenguas, a muchos acentos de turistas o residentes temporarios vinculados a las embajadas. A extranjeros elegantes, que vienen representando compañías importantes, y que lucen ropas que, a la legua se ve, no fueron compradas aquí.

Pocitos le da la mano a Punta Carretas y busca refugio tras la muralla de edificios que miran a su playa. Pocitos siempre me dio miedo. Barrio de clase media profesional que aspira a mucho más de lo que tiene, está repleto de grandes edificios de pequeños apartamentos carísimos. Alberga, en los sitios más impredecibles, colegios bilingües y religiosos, pequeñas boutiques de ropa y confiterías exclusivas. Es el barrio que alberga a la colectividad judía; así como en el Sur la gente es más oscura, en Pocitos tiende al pelo rubio y rojo de forma notable. También este es el barrio de la gente más linda: no sé si por presión social, por modo de vida o por definición genética, la gente es mucho más delgada y menos arrugada.

Pocitos termina en el Buceo y en seguida viene Malvín. Yo no sé bien qué le pasa a la gente de Malvín, pero son como una secta aparte. No son uruguayos, hinchas de nacional o votantes del partido colorado: son de Malvín. Y este fenómeno no es exclusivo de ellos, a los del Cerro les pasa lo mismo. Barrio tranquilo, tranquilazo, con muy pocas líneas de ómnibus, a mí siempre me hizo pensar en un balneario. Me encantan las casas y los apartamentos cerca de la Plaza de los Olímpicos, y aunque son un poco caras, muchas veces fantasée con vivir allí. Pero no puedo. No soy de Malvín.

Y el último barrio hacia el este, y allí se termina no sólo la ciudad sino el departamento de Montevideo, está Carrasco. Barrio patricio y enjundioso, donde están las elegantes mansiones de la crème de la crème, donde los colegios tienen campos de deportes adjuntos, Carrasco es de alguna manera un barrio cerrado: si uno no tiene una razón para ir, es muy dificil estar. Tiene muy poca locomoción y el pavimento de las calles es desastroso. Estuve alguna vez por allí y me llamó la atención que no hay gente caminando por las veredas, es todo tranquilo y silencioso. Basicamente, en Carrasco están los dueños de las casas y los que trabajan en ellas: si alguna vez uno se cruza con alguien en ese barrio, es muy fácil darse cuenta de cuál de los dos grupos es. Si Malvín es otro país, Carrasco es otro planeta.

Bohemia, afro, yiddish, profesional, intelectual, adictos, ricos, pobres, lindos, con mota, rubios, de profesión dudosa... los barrios de la ciudad no solo están en el plano, también están en nuestras caras. Por eso me gusta ver a la gente sonreir, porque mi ciudad parece gris, pero siente como la que más.

update 4/10/06
Encontré dos posts relacionados en el blog del Canilla:
Río
Nombres

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lunes, agosto 21, 2006

Intraducibles, 4

¿Alguien sabe cómo se dice "vida útil" en inglés?

No me refiero a medicinas o alimentos, sino artefactos electrónicos. Ponéle, decir "la vida útil de un televisor es de n horas".

Hace un par de días que me ronda la pregunta y no sé cómo decirlo...

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jueves, agosto 17, 2006

Estrellas y estrelladas

Se dice por ahí, y se repite machaconamente, que el casamiento es el día más importante en la vida de una mujer. Con mi más pulido y bienintencionado ánimo revisionista voy a analizar esta malvada sentencia, que pesa tanto sobre las solteras como las casadas.

A las solteras este precepto les niega todo. La posiblidad de tener un día auténticamente importante para empezar, cuando... discúlpeme el lector si hiero su sensibilidad, pero es probable que muchas hayan tenido días muy importantes, y sí, me refiero a eso que usted está pensando. Por otra parte, con la complicidad del Idioma Español, les niega el título de señoras y las arrincona a un diminutivo que 10 años después de abolido sigue tan fresco como siempre. Y ¿con qué necesidad diferenciar a mujeres solteras de casadas, cuando con los hombres no es así?

Pero también las casadas cargan con el yugo del día importante. Porque "el día importante para una", para entender bien de qué se trata, hay que darlo vuelta y allí queda claro: el día del casamiento es (probablemente el único) día de la vida en que una es realmente importante. La más importante de todo el asunto. El centro de toda la atención. Cuando lo viví, la verdad es que me estresé como loca. Me gusta que me presten atención, pero cuando hablo: ser el centro de atención de otra manera, que se me analice al detalle, cada puntada de mi atuendo, la altura de mis zapatos, si estoy en forma o me sobra un kilo, si me broncée, si me maquillé... no me jodan, es horrible.

Fue en ese momento que aprendí que existen dos tipos de novia: la que tiene madera de estrella, la que nació para ponerse el vestido blanco y se preparó toda la vida para ese día, ese gran día, que se mueve con soltura y naturalidad entre la atención de familiares e invitados; y la que se estrelló frente al juzgado o el altar, preocupada por pagar el alquiler en fecha, o cambiar esos platos horribles por unas asaderas prácticas, ojerosa por dormir mal y deseando que todo termine rápido para irse de luna de miel.

Yo fui una estrellada. Me divertí más de lo que suponía en la fiesta porque no me dí cuenta que era importante. El problema es que desde ese entonces las fiestas de casamiento me parecen un embole acartonado infumable, y paso de malhumor por la dictadura del amor ajeno.

Porque el asunto del día importante hay que mirarlo al revés: dicen que para los novios es el día importante, cuando ellos son los importantes para el día. Para los que no son los novios, especialmente sus allegados, en realidad el día es muy importante y con bastantes imposiciones, si lo piensan un poco: deben tomar todos los recaudos impuestos por las circunstancias, que pueden ser trasladarse a muchos kilómetros de sus viviendas cuenten o no con vehículo, agenciarse atuendos "que no se hayan visto antes", etc., pero ellos no son importantes para el día. Porque claro, los que se casan son otros y uno debe hacer todo para acompañar en ese día de felicidad.

Y todo por este hecho puntual, el casamiento, que marcaba antiguamente el comienzo de la vida conyugal y que actualmente lo hace en cada vez menos casos. Que es solamente una pequeña porción de la vida matrimonial. Hay mucho más matrimonio que el casamiento, hay decisiones mucho más difíciles y jugadas que la tela del vestido, hay mucha más necesidad de apoyo familiar que un pariente vestido de jacquet que te saca a bailar el vals. Me dolió escuchar ofrecimientos muy generosos cuando organizábamos nuestro casamiento que se desvanecieron cuando, después de casados, lo necesitamos.

Por eso los casamientos me ponen de mal talante. Les seguiría hablando, pero la verdad es que tengo que ir al shopping, a comprarme unos zapatos nuevos. Es que este sábado tengo un casamiento y no puedo ir hecha una chirusa, ¿vieron?

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martes, agosto 15, 2006

Guerra

Vivo en un país bastante tranquilo que hace 150 años de la última vez que estuvo en guerra con otro país y 100 de la última guerra civil. Desde ese entonces hasta ahora sí ha habido levantamientos, dictaduras, represión... qué se yo, el plato habitual en la mesa latinoamericana, pero en general, se puede decir que los uruguayos somos individuos bastante pacíficos, entendiendo por eso de que no somos proclives a la guerra.

Pero el reciente conflicto armado entre Israel y el Líbano me trajo una nueva perspectiva. Ver a mis compañeros de trabajo, habitualmente gente tranquila y razonable, escribirse mensajes muy fuertes e hirientes a raíz de una cadena que instaba a firmar una petición a favor de la paz me hizo pensar, que no es la injerencia de los Estados Unidos, ni la lucha por el petróleo, ni el control de la zona de pasaje entre Africa, Europa y Asia, ni la tecnología bélica, ni la sumisión de los individuos de cierto credo o raza o nacionalidad frente a otros, la causa, motor y resultado de esta guerra en particular y todas las guerras en general, sino creo que el motor más profundo es el odio.

Odio que desde Medio Oriente, a miles de kilómetros de Montevideo, se coló, como una serpiente negra y venenosa, por los pasillos de mi lugar de trabajo. Y que por un momento me hizo sentir miedo de la fuerza invencible de la inrazón, de la impotencia de los frágiles preceptos del siglo de las luces frente al arcaico golpe de las guerras santas.

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viernes, agosto 11, 2006

Ojos libres de radiación catódica

Hace años que no tengo televisión en mi casa. Al principio fue porque no tenía dinero para comprarme una, y como me mudaba sola y tantas cosas eran diferentes ésta era una más; después porque se vino mi novio (ahora marido), y no teníamos espacio. Ahora, simplemente porque no tenemos.

Pero tampoco se trata de ningún fundamentalismo, así que de vez en cuando, en la casa de otras personas, me enfrento a la caja boba. Y observo. Me observo. Es raro.

En primer lugar, perdí el hábito de ver sangre, muertos, gente despedazada, gente pudriéndose entre las moscas, bombas, gente insultándose frente a la cámara. Los que he visto últimamente son actores y escenarios construidos ad-hoc, parte de películas, con libreto donde pasan cosas con cierto orden. Situaciones donde la cámara es el ojo que dispone, no un participante más que es lo que ocurre en la televisión.

En segundo lugar, me olvidé que existían las pautas publicitarias. Quedo en estado de fascinación absoluta mirando los avisos, dándome cuenta que ese vulgar yogurcito que apenas me llamó la atención en la heladera del súper es la revolución alimenticia de la que todos hablan. Mirando los canales de televisión locales, me siento como un extranjero. En realidad, siento un poco de alienación, como si me estuviera dando órdenes. La única semana que hubo una TV en mi casa me sentí observada. Como un ojo "Big Brother".

En tercer lugar, no puedo creer el ruido que mete una TV prendida. El silencio no existe en la televisión, y ahí caigo, me doy cuenta que me encanta el silencio o el simple ruido de las cosas. Antes, cuando vivía con mis padres, tampoco era muy amiga de la televisión (me pasaba que me gustaba una serie, por ejemplo Los Simpsons, pero veía un capítulo cada 3 meses), pero sí escuchaba radio todo el día. Ahora no. Me gusta el silencio.

Y por último, descubrí un grupo nuevo de gente, los que viven sin televisión. Algunos son fundamentalistas, otros estamos en posturas menos mandriles. ¿Y saben qué nos diferencia más de los que sí miran tv? La forma en la que hablamos: más bajo, y cada uno con expresiones propias. Cuando yo miraba TV podía detectar qué programas miraba cada quién, y notaba uniformización. Ahora se me averió el radar.

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viernes, agosto 04, 2006

La Boca / Deep La Boca

El Caminito me pareció muy artificial. Pero






al subir al Museo Quinquela Martín, la perspectiva cambió. Me sentí observando una Boca un poco más auténtica. También me gustó ir caminando en silencio por la calle, escuchando a la gente hablar. Hablar en "boquense", una variedad propia del español.







Paseamos más, pero no nos animamos a sacar la cámara. De miedosos, nomás.


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Florida, agosto, 10 am La venganza...

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En el Jardín Japonés

Precioso lugar, pero hubo algo que me empañó el recuerdo. No sé si fue el tiempo, que se empezó a nublar y a enfriar, que ya veníamos muy cansados, o el malhumor de las vendedoras del gift shop... pero de todas formas, me encantó.












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En el Zoo

Busqué, a ver si habría perdido alguna pluma de la cola, pero no. Las tenía todas puestas.




La analogía no es circunstancial. A veces siento que mi mochila es mi caparazón.




¿Esperando algo?






Me parece que los animales preferirían vivir en otro lado...




No era verso ni exageración eso de que tienen cuellos largos.



¿No le ven un doble perfil?





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Italianos festejando la Copa del Mundo

Fue lo que pensamos cuando vimos esta estatua, en el Botánico. Pavadas, nomás.


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En el Cementerio de la Recoleta

Se supone que tiene que parecer protector, pero con esos pectorales, ese ángel me pareció de lo más erótico.



Tristeza para unos pocos, belleza para el resto.





¿Ese no es el nombre del villano de X-Men?




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Postales de San Telmo

Una plácida mañana de domingo



Un mismo sonido







A la venta









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Por ahí

Están todo el tiempo allí



Ciudad en llamas



Ciudad en construcción



Ciudad garufera, te levantás tarde cuando podés



¿Jugadores de la Selección?





Que nunca falte

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Contradicciones de Corrientes

Me pareció que en la Calle Corriente conviven dos identidades muy distintas. Pero tan distintas no han de ser, si están tan cerca. Al menos, se toleran bien.






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Adiós...

Es facil darse cuenta cómo se movía el barco...



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miércoles, agosto 02, 2006

Paseo por Buenos Aires

Hace días que estoy tratando de subir las fotos y no puedo... mis disculpas por la demora en actualizar.