Otoño, Invierno, Primavera y Verano.
Siempre me sorprende constatar la diferencia de preferencias e inclinaciones que tengo con otras personas, las que son más notorias cuanto más cuanto más cercana la persona en cuestión. La que me parece más notable es la preferencia por las estaciones del año.
Mi padre prefiere los primeros días del otoño, cuando la luz es dorada y ya no hace mucho calor. "El día en que naciste vos el día era así, mágico", me dice siempre que empieza el otoño, la luz es dorada y ya no hace mucho calor. La preferencia de mi padre viene a que es de las pocas personas que conozco que disfrutan caminando por ahí, sin contar calorías ni pensar en la salud. Si la tarde está linda, mi padre deja lo que está leyendo y sale a caminar. Y si lo que está leyendo es muy importante, se lleva el libro abajo del brazo y la pipa en el bolsillo, y hace una parada en el camino para leer un poco. O si está en el trabajo, hace parte del trayecto de vuelta a pie (no todo porque tampoco es un chiquilín, ¿eh?).
Mi madre, en cambio, prefiere el invierno para poder sentarse frente a la estufa de leña prendida, o cocinar tortas de chocolate que inunden la casa con su aroma. La preferencia de mi madre por el invierno tiene mucho que ver con la comida y también, con el abrigo. Será que a mi madre no le gusta salir a pasear, sino que prefiere quedarse leyendo sentada en un sillón y con una frazada sobre las piernas. Ese vendría a ser su estado ideal, creo yo.
La primavera es una época difícil: yo empiezo a estornudar en agosto y paro a fines de noviembre. Pero sé que a mi marido le encanta, especialmente ir al estadio un domingo de tarde y dejar la garganta hinchando por Nacional; y también le gusta abrir las ventanas de casa un rato, para que se ventile y entre ese olor a nuevo, a aire frío que de repente vibra con el sol que trae la primavera.
Y a mí, a mí me gusta el verano. El verano en la ciudad, con su luz resplandeciente y el calor, me encanta el calor. No me importa que me transpire el bigote o que la camiseta tenga marcas abajo de los brazos. Me gusta el verano en la ciudad porque la fruta en los puestos las ferias vecinales huele de colores, porque hasta el yuyo más miserable es de verde brillante, y especialmente, porque hay Carnaval.
Mi padre prefiere los primeros días del otoño, cuando la luz es dorada y ya no hace mucho calor. "El día en que naciste vos el día era así, mágico", me dice siempre que empieza el otoño, la luz es dorada y ya no hace mucho calor. La preferencia de mi padre viene a que es de las pocas personas que conozco que disfrutan caminando por ahí, sin contar calorías ni pensar en la salud. Si la tarde está linda, mi padre deja lo que está leyendo y sale a caminar. Y si lo que está leyendo es muy importante, se lleva el libro abajo del brazo y la pipa en el bolsillo, y hace una parada en el camino para leer un poco. O si está en el trabajo, hace parte del trayecto de vuelta a pie (no todo porque tampoco es un chiquilín, ¿eh?).
Mi madre, en cambio, prefiere el invierno para poder sentarse frente a la estufa de leña prendida, o cocinar tortas de chocolate que inunden la casa con su aroma. La preferencia de mi madre por el invierno tiene mucho que ver con la comida y también, con el abrigo. Será que a mi madre no le gusta salir a pasear, sino que prefiere quedarse leyendo sentada en un sillón y con una frazada sobre las piernas. Ese vendría a ser su estado ideal, creo yo.
La primavera es una época difícil: yo empiezo a estornudar en agosto y paro a fines de noviembre. Pero sé que a mi marido le encanta, especialmente ir al estadio un domingo de tarde y dejar la garganta hinchando por Nacional; y también le gusta abrir las ventanas de casa un rato, para que se ventile y entre ese olor a nuevo, a aire frío que de repente vibra con el sol que trae la primavera.
Y a mí, a mí me gusta el verano. El verano en la ciudad, con su luz resplandeciente y el calor, me encanta el calor. No me importa que me transpire el bigote o que la camiseta tenga marcas abajo de los brazos. Me gusta el verano en la ciudad porque la fruta en los puestos las ferias vecinales huele de colores, porque hasta el yuyo más miserable es de verde brillante, y especialmente, porque hay Carnaval.
Etiquetas: mi familia y otros animales, Montevideo, pensamientos ociosos