1979-1985
Nací en 1979, en un país que vivía en dictadura militar desde 1973 y que siguió estándolo hasta 1985. Es decir que en 1985, cuando empecé el primer año escolar (en el que se enseña a los niños a leer y escribir), la Democracia estaba de vuelta.
Cabría imaginarse, pues, que como en esos años de dictadura yo era muy pequeña y tenía poca idea del "mundo exterior", (aquello que no era ni mi casa ni el jardín de infantes), la dictadura no influyó demasiado en mi vida de entonces.
Sin embargo, el regimen militar explica muchas cosas de mi infancia. Más de las que yo suponía hasta hace poco, al menos.
Primeramente, nací en una época de "recambio generacional". Las "tías viejas" se murieron todas de golpe, mientras que otros miembros de la familia más jóvenes, hacían las valijas y marchaban exiliados a tierras del norte. Por esta razón mis padres, que al día de hoy no sé muy bien por qué prefirieron malo conocido que bueno por conocer, se quedaron con muchos objetos personales de aquellos que ya no estaban.
Entonces la casa de mi infancia tenía televisores en todos los cuartos, aunque casi no mirábamos. También había cajas con ropa de todos los talles y colores, a la que mi madre acudía cuando necesitábamos algo, para vestirnos o para disfrazarnos en una tarde aburrida de domingo. Había una biblioteca que llevaría una vida recopilar (la llevó), y había juegos de platos como para invitar a comer a un batallón, aunque nunca invitábamos a nadie... porque casi no había a quién.
Los que habían muerto recientemente y los que se habían ido, formaban parte de las conversaciones de todos los días, y yo no entendía la diferencia entre unos y otros. "Esto era de Mamama"... "esto era de la tía..." Así conocí la muerte. Era como irse muy lejos. Pero algunos no mandaban cartas. Y mamá se ponía triste cuando hablaba de ellos.
Esta estrecha relación con los ausentes tuvo otra faceta. Los que estaban exiliados mandaban cartas, mandaban fotos... y mandaban regalos. Creí firmemente, con una solidez que yo no podría transmitirle a un hijo mío, que Papá Noel y los Reyes Magos existían. ¡Si a los abuelos yo tampoco los había visto nunca y me mandaban regalos para mi cumpleaños! Y los tíos de Suecia mandaban fotos donde había nieve, como las postales de Papá Noel. Todo encajaba perfectamente. Bueno, eso de que en algunos lugares hacía frío al mismo tiempo que en otros hacía calor no encajaba para nada, pero no era causa de preocupación.
Durante la dictadura, mis padres estuvieron destituidos de sus cargos y sobrevivieron realizando trabajos diversos. Por eso la polenta y los fideos con tuco eran un menú habitual en nuestros platos. Le tengo un afecto muy especial a la polenta y a los fideos de paquete, y muy especialmente a las comidas que tienen fideos de varios tipos, legumbres dicotiledóneas (los porotos y las lentejas son lo más), algo parecido a tomate y un lejano rastro de proteína animal. Comí mucho de eso, con un Toblerone de postre, mandado por la abuela. Recién de grande me dí cuenta de lo absurdo de la situación... ¡vivir a polenta y chocolate suizo!
Otra huella de la dictadura, ésta en mi subconciente, es mi asociación de ideas al escuchar la marcha militar de los comunicados de las FFAA: pienso inmediatamente en... la pantera rosa. Es que el comunicado venía justo después.
Mi madre siempre recuerda que yo ansiaba aprender a leer, y que aprendí las letras muy rápido. El problema fue que lo primero que recuerdo haber leído en voz alta, por la calle, fue una pintada que decía "PIT-CNT" y a mi madre diciendo, shhh, éso está prohibido decirlo en voz alta. No se podía decir cola, caca, pichí ni pitceneté.
En 1985, cuando finalmente pude leer los libros que quise, cuando reabrieron el canal estatal y miré programas de TransTel todas las tardes mientras merendaba, cuando se pudo decir pitceneté, rocanroll y viva Wilson, y mi madre nos compró una cometa con los colores frenteamplistas en el comité de base de esquina, ahí, justo ahí, conocí a toda mi familia. A mis abuelos, a mis tías, a mis primos, a los tíos de Suecia con el hijo que mis padres habían cuidado y que nunca más les dirigió la palabra... todos llegaron en aquel eufórico 1985.
Ah... si no hubiera sido por los milicos...
Cabría imaginarse, pues, que como en esos años de dictadura yo era muy pequeña y tenía poca idea del "mundo exterior", (aquello que no era ni mi casa ni el jardín de infantes), la dictadura no influyó demasiado en mi vida de entonces.
Sin embargo, el regimen militar explica muchas cosas de mi infancia. Más de las que yo suponía hasta hace poco, al menos.
Primeramente, nací en una época de "recambio generacional". Las "tías viejas" se murieron todas de golpe, mientras que otros miembros de la familia más jóvenes, hacían las valijas y marchaban exiliados a tierras del norte. Por esta razón mis padres, que al día de hoy no sé muy bien por qué prefirieron malo conocido que bueno por conocer, se quedaron con muchos objetos personales de aquellos que ya no estaban.
Entonces la casa de mi infancia tenía televisores en todos los cuartos, aunque casi no mirábamos. También había cajas con ropa de todos los talles y colores, a la que mi madre acudía cuando necesitábamos algo, para vestirnos o para disfrazarnos en una tarde aburrida de domingo. Había una biblioteca que llevaría una vida recopilar (la llevó), y había juegos de platos como para invitar a comer a un batallón, aunque nunca invitábamos a nadie... porque casi no había a quién.
Los que habían muerto recientemente y los que se habían ido, formaban parte de las conversaciones de todos los días, y yo no entendía la diferencia entre unos y otros. "Esto era de Mamama"... "esto era de la tía..." Así conocí la muerte. Era como irse muy lejos. Pero algunos no mandaban cartas. Y mamá se ponía triste cuando hablaba de ellos.
Esta estrecha relación con los ausentes tuvo otra faceta. Los que estaban exiliados mandaban cartas, mandaban fotos... y mandaban regalos. Creí firmemente, con una solidez que yo no podría transmitirle a un hijo mío, que Papá Noel y los Reyes Magos existían. ¡Si a los abuelos yo tampoco los había visto nunca y me mandaban regalos para mi cumpleaños! Y los tíos de Suecia mandaban fotos donde había nieve, como las postales de Papá Noel. Todo encajaba perfectamente. Bueno, eso de que en algunos lugares hacía frío al mismo tiempo que en otros hacía calor no encajaba para nada, pero no era causa de preocupación.
Durante la dictadura, mis padres estuvieron destituidos de sus cargos y sobrevivieron realizando trabajos diversos. Por eso la polenta y los fideos con tuco eran un menú habitual en nuestros platos. Le tengo un afecto muy especial a la polenta y a los fideos de paquete, y muy especialmente a las comidas que tienen fideos de varios tipos, legumbres dicotiledóneas (los porotos y las lentejas son lo más), algo parecido a tomate y un lejano rastro de proteína animal. Comí mucho de eso, con un Toblerone de postre, mandado por la abuela. Recién de grande me dí cuenta de lo absurdo de la situación... ¡vivir a polenta y chocolate suizo!
Otra huella de la dictadura, ésta en mi subconciente, es mi asociación de ideas al escuchar la marcha militar de los comunicados de las FFAA: pienso inmediatamente en... la pantera rosa. Es que el comunicado venía justo después.
Mi madre siempre recuerda que yo ansiaba aprender a leer, y que aprendí las letras muy rápido. El problema fue que lo primero que recuerdo haber leído en voz alta, por la calle, fue una pintada que decía "PIT-CNT" y a mi madre diciendo, shhh, éso está prohibido decirlo en voz alta. No se podía decir cola, caca, pichí ni pitceneté.
En 1985, cuando finalmente pude leer los libros que quise, cuando reabrieron el canal estatal y miré programas de TransTel todas las tardes mientras merendaba, cuando se pudo decir pitceneté, rocanroll y viva Wilson, y mi madre nos compró una cometa con los colores frenteamplistas en el comité de base de esquina, ahí, justo ahí, conocí a toda mi familia. A mis abuelos, a mis tías, a mis primos, a los tíos de Suecia con el hijo que mis padres habían cuidado y que nunca más les dirigió la palabra... todos llegaron en aquel eufórico 1985.
Ah... si no hubiera sido por los milicos...
Etiquetas: mi familia y otros animales, pasado montevideano