mundo trivial

jueves, mayo 31, 2007

Estas cosas siempre me pasan...

El 18 de mayo el Mundo Trivial cumplió un año, y a mí se me olvidó mencionarlo.

Pero bué, mejor ahora que nunca: ¡feliz año mis queridos y apreciados lectores de trivialidades! Yo escribo, pero si ustedes no leen esto pierde sentido. Muchas gracias por sus comentarios, sus links y sus mails.




¡Nos seguimos leyendo!

Woody & Woody

Me gustan las películas de Woody Allen aunque a veces sea una afirmación difícil de mantener. Dicen que Alfred Hitchcock dijo una vez que estilo es copiarse a sí mismo, y Woody sí que lo ha logrado. De modo que lo tomas o lo dejas, el estilo Woody Allen tiene pocas concesiones para los detractores, pero eso no quiere decir que esté estancado o ya no dé para más.

Las últimas tres películas que ví de Woody Allen me gustaron, realmente, muchísimo. Y de alguna forma, son la misma idea de base. La primera que ví fue Melinda & Melinda, cuya premisa es la pregunta: ¿Es la vida una comedia o una tragedia? Melinda & Melinda es una película en la que cuatro personas están sentadas a la mesa, una de ellas propone los hechos y otras dos crean una historia; uno una comedia y otro un drama. El cuarto comensal es el ombudsman de los espectadores.

Es exactamente eso lo que ocurre en las dos películas siguientes (y por ahora últimas) de Woody Allen. Match Point y Scoop son la misma historia contada dos veces, una como un drama y otra como una comedia.

Tenía mis reparos en ver Match Point, porque ya ví demasiadas películas iguales de Woody Allen y aunque Melinda y Melinda es simpática, tampoco me conminaba a ir corriendo la próxima vez que hubiera un estreno en el cine. Sin embargo la ví, y quedé maravillada. No solamente la historia (que según mi padre es autobiográfica aunque no sé bien qué quiso decir), sino por el refinamiento visual de toda la película. Está muy bien ver New York con los ojos de alguien que la quiere tanto como Woody, pero este Londres entre swinging y aristocrático me deslumbró. Jugando una carta segura, la protagonista femenina es una chica neoyorquina (Scarlett Johansson en los dos casos), de modo que la clase alta inglesa permanece tan hermética e incomprensible como siempre. Y de yapa, saca a relucir a más de un actor británico de éstos que se están poniendo de moda en Hollywood: Jonathan Rhys Meyers, Emily Mortimer y Brian Cox (bueno, Cox hace bastante que anda en la vuelta).

Tan inusual es Match Point, tan diferente a lo que los fans de Woody estábamos acostumbrados, que como si transcurrir en Londres y tener música de ópera de fondo fuera poco, tiene una escena erótica de alto voltaje. ¿Quién lo hubiera dicho, que a los 70 años le iba a dar por estas cosas? Pero bueno, está bien lograda.

El revés de Match Point es Scoop. Scoop se parece mucho más a las películas de Woody Allen, para empezar, él mismo es actor. La trama es mucho más absurda y risible, pero los escenarios son los mismos y los personajes son casi iguales; hasta hay acontecimientos paralelos en las dos películas. Hugh Jackman, (sospecho que el actor preferido de Diet Bridget) rezuma encanto aristocrático por todos los poros, y aún más que en Match Point, los escenarios son de desmayo: las mansiones campestres son algo con lo que nunca suspiré, pero el apartamento londinense de Peter Lyman y la casa donde Sondra Pranski y Sid Waterman discuten la evolución de los acontecimientos me dejaron sin aliento. No sabía cómo es mi casa perfecta hasta que ví esta película. Por favor. ¿Por qué los despistados de "Tu casa mi casa" no son los mismos que le hacen los decorados a Woody Allen? ¡Yo quiero!

En fin, según esta página este año se estrena una película que se llama Cassandra's dream. Lo admito, estoy a la expectativa. ¿Y ustedes?

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Las neoviejas

Un fenómeno que he percibido últimamente es que los tratamientos de belleza, las cirugías, las cremas y los cuidados preventivos sobre los tan temidos "signos de la edad" (o del envejecimiento), cumplen sus promesas. Es decir, hay mujeres de más de 50 años que no tienen arrugas en la cara, no tienen canas, tienen un busto exhuberante, tienen todos los dientes perfectamente blancos y parejos... es decir, no tienen señales visibles de envejecimiento.

Y sin embargo, tampoco se puede decir que parezcan jóvenes.

Son un nuevo grupo de mujeres normalmente profesionales de alto poder adquisitivo ganado "con el sudor de su propia frente", cuyos hijos (si los tuvieron) ya se emanciparon, y tienen una capacidad de consumo sin igual. Veo a varias en el gimnasio cuando voy de mañana, son una pequeña tribu urbana que se toma el cuidado del cuerpo como una religión de alto mantenimiento.

Yo las bauticé "neoviejas" con el desprecio que caracteriza a cada generación de mujeres con respecto a la progenitora. Y es verdad que el primer sentimiento que me causa es desprecio. Las encuentro ridículas e incapaces de aceptar canas y arrugas cuando el cónyuge normalmente las tiene y de a muchas. Me dan pena, gastando dinerales en cremas y perdiendo la compostura en el gimnasio, causa de alguna dieta que promete la luna a cambio del sol. Arriesgando la salud en un quirófano, para "corregir un defecto" que no lo es tal sino una evolución natural. Creo que están llevadas por una pretensión absurda de vencer al paso del tiempo y quizás también a la muerte, a veces por una reafirmación de su femineidad amenazada por la de una hija u otras mujeres jóvenes del entorno. ¡Qué tontería!

Pero por otra parte las admiro, y mucho. En primer lugar, muchas de ellas son profesionales de carrera que han ganado mucho dinero y tienen derecho a gastárselo como mejor les parezca. En segundo lugar, aunque estoy en desacuerdo con la forma en que lo materializan, me parece novedoso y ejemplar que las mujeres no abandonen su aspecto después de la menopausia, y sigan buscando ser atractivas. Y en tercer lugar entiendo que "el aspecto" para muchas mujeres es una forma de relacionarse con el mundo, y que dependen de él; que muchas veces las presiones para "teñirse esas canas horribles" o "hacerse un freshen-up" deben ser realmente insoportables.

Cuestión que mientras estuve enferma estuve mirando catálogos de cremas faciales y no me decido a usar una o a seguir como si nada. ¿Qué tal si, como ocurre con el intestino cuando se consumen laxantes habitualmente, la piel se acostumbra y se genera una "dependencia"? El fabricante va a estar más que contento, y si la industria farmacéutica me parece de desconfiar, ni hablemos de la cosmética, su hermana la pervertida. ¿Qué tal si untándome el cremunje éste efectivamente evito el daño acumulativo del sol, y cuando tenga 70 años voy a estar arrugada como una pasa de uva pero, eso sí, saludable? No sé. Hasta ahora siempre tuve la sensación que ponerse una crema en la cara es como salir con guantes: protege por un rato, pero no hay ningún efecto profundo. Salvo que sea dañino.

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martes, mayo 15, 2007

Cretina, cínica e hipócrita

A veces soy muy mala persona.



Como ya mencioné alguna vez en este blog, me llevó mucho tiempo alcanzar el título universitario. Y como mi profesión no está muy regulada (y a la mayoría de los empleadores tanto les da que tengas un título o no), cuando los astros se alinearon y me decidí a escribir una tesis, sabía que sólo cumpliendo con un requisito más (uno largo, pero sólo algo formal al fin).

Excusada del estrés que significa poner a prueba los conocimientos estudiantiles, decidí que iba a hacer lo que a mí me gustara y como lo más creyera conveniente. Si iba a sufrir entonces elegiría sufrir con elegancia, y no ensuciarme los pies en el lodazal en el que he visto a muchos de mis compañeros.

Elegí como tutor a un profesor que tiene muchas responsabilidades y poco tiempo disponible, que además no tenía antecedentes de tutorazgo, y es un poco caótico en su manera de expresarse. Como ví después, este caos mental y falta de tiempo constituían un impedimento para que pusiera sus ideas por escrito: cuando le enviaba cosas escritas, me llamaba por teléfono o me citaba para charlar, pero jamás me redactó una idea en un e-mail.

Al principio, lo confieso, sentí horror. Pero después, cuando las charlas se llenaron de indicaciones que no tenía ninguna intención de seguir, decidí aprovecharme ya que de esta manera es imposible demostrar que yo no hice lo que él indicó. De ahí en más todo fue barranca abajo, inclusive mi elegancia.

Continué mi carrera en el crimen despachando a los autores sagrados de la profesión. Es más, con la única precaución de lo breve, dediqué un capítulo entero a explicar por qué desde mi punto de vista los padres fundadores no tenían idea de dónde estaban parados y el daño profundo que este despiste fundamental causó y sigue causando. Como si eso fuera poco, a los autores imprescindibles (digamos, los que no me aceptaban el trabajo sin por lo menos una mención en la bibliografía) los cité habiendo leído únicamente un abstract. Et non, je n'en veux pas lire Bourdieu.

Liberada de las ataduras institucionales y atosigada únicamente por mis propias ideas (left to my own devices I sometimes mean a danger to myself), proclamé a mis padres y a una colega que admiro mucho como mis auténticos tutores, obligándolos tiránicamente a leer los sucesivos borradores. Como no quería desaprovechar el tiempo y energía que dedicaban a criticar mis desvaríos, copié y pegué sus comentarios en mi texto apropiándome descaradamente de sus ideas.

Cuando quedó en evidencia que el tema elegido era infinito (creo que más que temas infinitos hay delimitaciones torpes al objeto de estudio), fui a la biblioteca y elegí 3 ó 4 tesis recientes aprobadas con nota máxima, y que fueran de menos de 150 páginas. Ahí conté cuántas páginas dedicaban en promedio a cada sección, y cuando llegué a esa cantidad de páginas en mis secciones, dí la investigación por concluida.

De mis intenciones originales quedaba muy poco, pero dicen que eso siempre pasa. Mis tutores declararon que el trabajo estaba bien y que podía darse por completo, aunque sospecho que mi colega ya no querría saber de mi y mis padres estarían considerando desheredarme.

Hice una lista de todo lo que faltaba o estaba mal hecho, y de un encuentro íntimo de esta lista con la tabla de contenidos, nació la introducción. Mi marido me prestó el template de su tesis en LaTeX y sin hacer demasiadas preguntas, arregló todos los desperfectos y diseñó una portada preciosa.

El miércoles 20 de diciembre a mediodía, 10 minutos antes de que cerrara la bedelía, llegué corriendo bajo la llovizna veraniega con mis tres copias abajo del brazo. La bedel tomó mis copias y las depositó sobre una montaña de tesis entregadas ese día, parece ser que el 20 de diciembre trae suerte entregar. "No creo que te la corrijan en estos días", me dijo. "¡No hay ningún problema!", dije yo, y me fui, tan campante, a empezar mi verano. El viernes 2 de marzo, luego que esta servidora optara presionar con poca sutileza a los miembros del tribunal para que agilizaran un poco, se reunieron en gran cónclave gran, deliberaron sin parar, y llegaron a la conclusión, 11 puntos sobre 12. Salieron y con amplias sonrisas, fumata bianca. Como una actriz porno fingiendo un orgasmo, me deshice en agradecimientos ñoños y sonrisas falsas, de esos que hay que darle a un tribunal.

Uno de los miembros del tribunal había hecho objeciones al trabajo, y me las pasó más tarde por email. Era seguidor incondicional de los padres fundadores, y me reprochó amargamente el despecho con el que yo los había tratado. Yo, por mi parte, lo objeté a él, porque no es de la profesión. Cada uno lucha con las armas que tiene, y me parece que los evaluadores muchas veces están más expuestos y son más vulnerables que los evaluados.

Según mis padres (que de algunas cosas saben mucho) el trabajo es imperfecto pero bueno. Mi padre, que viéndome naufragar con otras ideas me lo proponía una y otra vez, lo consideró como una pequeña victoria personal. Mi madre, que temía que yo no llegara nunca a buen puerto, se alegró más que nadie y me regaló la única joya de la familia que vale algo. Mi colega se sintió honrada por mi interés, y está tomando mi investigación para hacer una similar. No he recibido críticas que me hagan cuestionar la validez o lógica del trabajo: no es porque no las haya recibido, pero me parecen intrascendentes o fuera de lugar, y en el fondo, es porque muy poca gente lo ha leído.

Al final, resulté una cretina al elegir al tutor oficial, una cínica al escuchar sus indicaciones, y una hipócrita al agradecer la calificación. Como diría un compañero de trabajo, definitivamente, ya tengo mis primeras armas en la vida profesional.

viernes, mayo 11, 2007

Fashion victim

La moda expresada como prendas de vestir a la venta en comercios siempre, siempre, siempre me lleva a las siguientes observaciones, especialmente cuando se trata de las colecciones invernales.

Una, que lo más determinante en una prenda de vestir no es tanto el precio, la edad a la que se dirije o el talle, sino si se adapta a la vida que lleva la persona. Siempre que veo prendas cortas y livianas en las colecciones de invierno no puedo evitar un "esto es para alguien que vive y trabaja en un lugar con mucha calefacción". Durante el invierno yo no uso manga corta ni para dormir, ¿para qué me compraría un top sin mangas? Por más que el precio me sea accesible y me favorezca como ninguna otra prenda, ¡es una locura! Esa prenda no es para los inviernos que paso yo. Es una prenda inaccesible.

Algo parecido me pasa con los zapatos. Ya sé que hay una componente de hábito en esta cuestión, pero definitivamente hay zapatos que son para mujeres que están todo el día sentadas: llegan a su trabajo en auto (llegar caminando o en ómnibus sería imposible), y sin duda alguna, suben por ascensor. ¿Cómo me voy a independizar algún del calzado "deportivo" y del "casual" (pronúnciese "cáyual") si camino un kilómetro para llegar hasta mi trabajo, y allí adentro hay corredores y escaleras por todas partes? Esto no me resultaba tan obvio y admito que gasté en calzado que me pareció precioso y que nunca pude usar. Una amiga mía decía que me encantaba torturarme los pies, pero en realidad solamente era una mala compradora.

Y finalmente, la gran cuestión de las tendencias. "Este año están de moda los zapatos en punta rosados". "Este año se ponen de moda las rayas horizontales, tipo navy". "Ahora es el tiro bajo y la ropa corta". "Ahora el tiro del pantalón sube un poco y la ropa se alarga". Según he leído, los diseñadores de ropa testean el gusto de las consumidoras, y existen "trend forecasters" (algo así como el pronóstico del tiempo pero con la moda) acerca de lo que las consumidoras comprarán. A lo mejor es porque vivo en una pequeña ciudad del tercer mundo donde lo que se testea no es tanto lo que les gusta a las consumidoras locales sino lo que predomina en otros lugares, para imponerlo con la flexibilidad de una dictadura. ¿Quién dijo que le gustaban los pantalones de tiro corto? ¿Eh? ¡Contésten!

Pero esto me lleva a una nueva cuestión. La ropa también tiene mucho que ver con percepción visual, la que tenemos sobre nosotros mismos y la que los demás tienen de nosotros. Me abruman los consejos de moda, el estilismo y esas cosas. Presto toda la atención posible, trato de ponerle onda cuando salgo a mirar con el bolsillo bien dispuesto, pero al final de la cuestión temperatura y pudor es lo que a mí me preocupa. Y punto.

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miércoles, mayo 09, 2007

Cambió el viento, o viceversa

Estar en mi casa convalesciente es muy aburrido y solitario, y más temprano o más tarde me pongo de mal humor. Mal humor del que tenía cuando era chica y mi madre me decía "dejá de poner cara de papa" (cara de papa era una forma bastante expresiva y apropiada de decir cara de culo para alguien menor de 6 años). Hoy el mal humor atacó con todas sus fuerzas a las 2 de la tarde. A punto estaba de agotar mi catálogo de pensamientos negros y nefastos cuando me llegó una noticia fantástica.

Mi amigo Beto abrió su blog. Como Beto es local y no global, su blog está alojado en Montevideo.com, lo que no impide visitarlo aunque para dejar comentarios hay que iniciar sesión. Pasen y vean, con ustedes Viceversa.

Y sépanlo, estoy orgullosísima de haber sido quien le prestó (y luego vendió) esa cámara digital de la que habla.


Update. Me acaba de visitar una amiga. La aburrida y fría tarde gris se convirtió en un desborde de relaciones!

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Perplejidades de Blogger 2

Blogger 2 ha condicionado mi relación con mis bloggers preferidos porque a veces postea mi comentario y a veces no. Los que abren una página para comments, como este blog, por lo general no dan mucha guerra, pero los que tienen un pequeño pop-up sí. Especialmente Gelatina Real, La curiosa sociedad, A ver si..., y ocasionalmente, Wild mood, y Entre Bru y Bue son de los que se ponen difíciles. Hay días que el comentario se publica al instante y otros días, cada vez más frecuentes, en los que aparece una página de error.

Sin ir más lejos, hoy me muero de ganas de comentar en Entre Bru y Bue y Blogger no me deja... ¡qué software patán!

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viernes, mayo 04, 2007

Noticias de un secuestro

Citomegalovirus

El domingo 15 de abril, de noche, me sentí mal. Caí en cama por dos semanas con una infección por citomegalovirus, y ahora tengo una mononucleosis con toque hematológico. Desaparecí de mis trabajos, no podía contestar email (al principio porque no podía mantenerme erguida, después porque estaba en el hospital), y me dí cuenta que el teléfono en mi casa no suena casi nunca.

De alguna forma fue casi como un secuestro, porque cuando alguien está secuestrado normalmente se desconoce el paradero; en mi caso se desconocía la causa de tanto relajo (y yo desconocía la duración esperable, todo el tiempo me imaginaba que "para mañana estoy bien"), así que también estaba el componente de intriga.

Prefiero las intrigas de las películas, que se resuelven en una hora y media... o mejor, los capítulos de televisión, que en 45 minutos se conoce al malandro.


39,2 grados Celsius

Miro por la ventanilla del avión; estoy en el asiento que corresponde a una de las salidas de emergencia. Tengo el picaporte naranja en la mano y miro el ala del avión, hay una pista dibujada con indicaciones "pise por aquí, no pise aquí". Las azafatas avisan que hay un simulacro y abro la puerta y salgo. Es todo un error, y el avión se va sin mí. Corro por la pista desesperada, hay otra persona con ropa de trabajo de aeropuerto (un uniforme y auriculares aislantes) que también corre, pero él sabe lo que está haciendo. Salgo de la pista y sigo corriendo, ¿cómo voy a llegar a mi casa, qué puedo hacer? Estoy corriendo por un jardín, estoy pisoteando los canteros de flores, pero los canteros dejan de ser de tierra y son flores acuáticas. El barro me llega a la rodilla, y las plantas son muy enredadas, me tropiezo y caigo de frente. Ahora estoy toda embarrada y, desesperada, empiezo a llorar. ¿Qué te ocurre?, pregunta alguien. Yo contesto en sollozos que me caí del avión, que mis cosas estaban allí, que no sé cómo voy a llegar a Montevideo. ¡Pero estamos en Montevideo! dice esa voz y levanto la cara y veo que estoy a 50 metros de la casa de mis padres, seguro que ese jardín es nuevo y yo no lo ví. Ahhhh, suspiro aliviada, mientras trato de levantarme y caminar hacia allí.

Enseñanza: con tanta fiebre es mejor no dormir boca abajo.


Hospital, 1


Al tercer día de fiebre alta, y dados mis antecedentes clínicos, me apersoné en la Emergencia del hospital en ayunas y con muestras de orina para analizar. Expliqué unas 5 veces cuál era el problema a 2 ó 3 personas distintas, me ingresaron a una de las salitas de emergencia, me tomaron una muestra de sangre para un hemograma y se llevaron para analizar las que yo había llevado. Mientras hacían los análisis me quedé en esa camilla con toda la privacidad que una cortina marrón ofrece, y las personas que me habían atendido se olvidaron totalmente de mí.

Escuchando tras la cortina. Sin ningún esfuerzo ni espíritu "GranHermanesco" escuchaba perfectamente sus conversaciones, que versaban sobre escuela para adultos. Pude deducir que al menos dos de las auxiliares de enfermería habían terminado la escuela después de los 20 años, y también que el auxiliar que me trataba era gay. Sobre todo, me llamó la atención que la licenciada en enfermería tenía un apellido rimbombante y lo usaba cada vez que atendía el teléfono.

Cuando los ví, al auxiliar gay, a la que terminó la escuela para adultos y a la licenciada, las conversaciones escuchadas tomaron otro color. El enfermero tenía el pelo bien cortado y olía a desodorante Axe, y cuando me puso la vía (por la que inyectaron tóxicos varios con débiles promesas de mejoría), ví varios tatuajes en sus bíceps. Me están empezando a dar un poco de horror los tatuajes, como dice mi amiga Mariana ¡todo el mundo tiene un tatuaje ahora! La que había terminado la escuela para adultos tenía cara de muy buena persona, pero cuando sonreía noté le faltaban muchos dientes y usaba un puente muy mal hecho; tanto el enfermero como ella sabían usar muy bien las agujas y la cinta adhesiva.

El progreso en la sociedad. La licenciada rimbombante era la progresadora social, la que había llegado a algo en la vida y se lo hacía saber a todo individuo que se le acercara. No sé qué edad tendría, me pareció que tenía 33 años quizás. Llevaba una túnica muy elaborada con su nombre bordado en un bolsillo, pelo largo teñido de negro (color difícil para el teñido si los hay, siempre queda tan falso), mucha máscara de pestañas y cosas brillantes colgándole del cuello y en las muñecas. Tan importante era que vino a dictaminarme el tratamiento a seguir, y hasta de dio el lujo de hacerme un chiste respecto a mi diagnóstico (de muy mal gusto, por cierto). Movía las hojas para acá y para allá, tratando de ordenar las que tenían carbónico, mientras yo la observaba. Parecía una mariposa gigante moviéndose tan nerviosa, quizás era nueva en el trabajo, o quizás estaba enamorada del doctor. ¿Quién sabe? Como sea, no era experta con la cinta adhesiva, cuando sacó la vía arrancó la cinta a contrapelo, depilándome en cámara lenta un brazo. Lo que se dice, dolor al pedo.

Poder médico. El cuarto personaje de mi visita a la Emergencia fue, previsiblemente, un doctor. De cuarenta años largos, el tipo parecía tan inseguro que temí por mi integridad. Vino a decirme que a todas luces se trataba de un cuadro viral, posiblemente un citomegalovirus, pero los síntomas correspondían con dengue, por lo que iban a hacerme los tests de dengue. Me sometí al poder médico y no le pregunté por qué me hacía los análisis de la enfermedad que no tenía y dejaba pasar los análisis de la que podía ser. Arrugué nomás. Sería que el tipo tenía mal aliento y eso, amigos, logra disuadirme siempre.


Internación domiciliaria

La hormiga atómica. Así que volví a mi casa, en régimen de internación domiciliaria. Ya me lo habían comentado, y lo pude constatar, la internación domiciliaria es un mamarracho que no puede funcionar bien. Una doctora vino a mi casa el jueves, cuarto día de este asunto. Hacía un calor monstruoso y la fiebre me había dado un respiro durante las horas de luz. A eso de las 3 de la tarde sonó el timbre y entró una mujer joven y enérgica, de 1.50 de altura y con botas de cuero negras. Es la hormiga atómica, pensé cuando la ví, aunque no traía casco con antenitas. Contra el mal... ¡la hormiiiiiiiiigatóooomica! Me revisó y me dejó su número de celular por cualquier eventualidad.

La caída. El jueves a las 8 de la noche volvió la fiebre, y vino para quedarse. El viernes traté de comer algo, tomar líquidos, pero se me complicaba porque si levantaba la cabeza me daban náuseas; y comer acostado es realmente desagradable, uno no para de eructar. A mediodía llamé a la doctora y me contestó que vendría el sábado a las 7 de la tarde, y que mientras, me bañara y siguiera tomando novemina. Para la tarde ya prefería que la fiebre no se fuera, porque cuando estaba sin fiebre me daba cuenta de lo hambrienta, sedienta, mareada y dolorida que estaba. Con fiebre flotaba, sin hambre, sed, frío, calor, cansancio, nada. Entraba y salía de una modorra muy confortable, un universo particular.

Para el sábado a mediodía noté que se me adormecían los brazos y manos, y que los pies me dolían bajo el peso de las sábanas. Si hubiera podido fijarme, también hubiera notado que tenía lleno de várices desde las rodillas hasta los empeines. La perspectiva de comer me daba arcadas, y era claro que estaba cayendo en picada. Llamé a la doctora y me recomendó que comprara en la farmacia más cercana remedios carísimos... no te preocupes, yo te doy receta, cuando vaya por ahí. ¡Pero yo lo quiero ahora! ¿Qué hago ahora? Los remedios son de venta libre, así que allá fue mi marido a comprarlos, desangrando la billetera en el mostrador.

Tal como había anunciado, la doctora vino el sábado a las 7. Trató de revisarme pero erguirme la cabeza fue una mala idea. "Yo te internaría", me dijo, "¿estás de acuerdo? Síiiiiiii, por favoooooor, suspiré yo. ¿Podrás ir en un taxi? Ni soñarlo, no quiero viajar sentada. Bueno, entonces te llamo una ambulancia.


Hospital, 2

Los camilleros
. La hormiga atómica se fue porque le tocaba hacer guardia en Emergencia y al rato llegaron los camilleros. En un esfuerzo de equipo inédito, logré vestirme aunque los zapatos fueron una prueba difícil. Ni aún los mocasines servían para las salchichas que tenía por pies. Los camilleros llegaron esperando encontrar una vieja fracturada, pero me encontraron a mí, muda, despeinada y bastante desorientada. Se pusieron muy jocosos, y yo se los agradecí. Eran muy simpáticos los camilleros, y muy habilidosos también. Cumpliendo una fantasía infantil viajé en la camilla de la ambulancia, mirando por el minúsculo pedacito de ventanilla que quedaba sin tapar. Mi marido iba diciéndome lo que iba viendo, en la lluviosa noche de sábado, y yo me sentía aliviada, mi karma era "intravenoso".

E.R. Llegamos a la Emergencia, entrando por una puerta que yo nunca había visto. Allí había un grupo de enfermeros y asistentes, y estaba la doctora. "¡Te estábamos esperando!" me dijeron como bienvenida: me cambiaron de camilla, me sacaron sangre, me clavaron un termómetro en la axila, cerraron la cortina y se olvidaron de mí. No sé bien qué jolgorio toca los sábados de noche en la Emergencia, pero se estaban repartiendo quién compraba qué... en fin, al rato mi marido fue a sugerirles que me sacaran el termómetro, y vino una auxiliar muy simpática a constatar que yo estaba en los 39,2 que yo empezaba a temer que fueran mi nueva temperatura normal.

No sé cuánto rato estuve en esa camilla en Emergencia, me sentía tan mal que decidí evadirme de la única manera que conozco: durmiéndome. Vinieron a hacerme una ecografía de abdomen, que arrojó como única conclusión que tenía la vejiga llena (¡no necesito una ecografía para saber que quiero hacer pis!), y una placa. Para la placa me llevaron por los laberínticos pasillos, y yo que prefería que no me movieran iba sintiéndome cada vez peor. Cuando llegué la radióloga me dijo "tengo que levantarte hasta dejarte sentada". Ayyyyyy, pensé yo, ¿será necesario? Pero bueno, era necesario, y además incómodo porque ponen una tabla en la espalda. Cuando ví el monstruo ese que te perfora con la mirada apuntándome al pecho, le sonreí, para que me dejara irme más rápido. Me salió mal la estrategia y salió mal la placa, así que zas, nueva placa. Pero mis deseos se cumplieron y al ratito me llevaron a la habitación.

Domingo, lunes y martes. Resultó que el primer y segundo hemograma mostraban una alarmante disminución de glóbulos blancos y de plaquetas, por lo que estuve aislada unos días. En realidad no me acuerdo de nada, dormí mucho, y a cada rato venían a tomarme la presión y la temperatura, sacar sangre de un brazo e inyectar algo en la vía en el otro brazo. Mi marido miraba televisión, me traían agua que no quería tomar, pasaban las horas, pasaban los médicos, los enfermeros, las jarras de agua, el cambio de sábanas, las nutricionistas, las bandejas con comida, las limpiadoras, las mañanas, las tardes, las noches, en una sucesión que me era totalmente indiferente. Yo dormía.

Aburrimiento de hospital
. Traían la comida y se la comía toda mi marido, quien construyó una hipótesis absurda, de esas que sólo el aburrimiento de hospital puede ayudar a pergeñar: "¿te imaginás si la comida está envenenada, y a los pacientes les dan el antídoto entre los remedios, así descubren qué pacientes no se comen su comida?". Pero la comida no estaba envenenada. Estaba bastante buena, para decir la verdad.

"Menos que paciente" y "Dios". El martes me vino a ver un internista distinto, al que yo bauticé "Dios". Un tipo tan superior que durante la consulta otro médico interrumpió dos veces para pedirle su opinión, tan dueño de la situación que visitaba a los pacientes a las 6 de la mañana o las 8 de la noche, tan absolutamente seguro de sí mismo que no le importaba que la mutualista esté en bancarrota y pidió más y más análisis. Con Dios aprendí que cuando los médicos están asustados o desconcertados, sonríen. De hecho mi estadía en el hospital parció un desfile de cabezudos de carnaval, todos sonreían demasiado pero tenían la mirada un poco perdida. Mmmmmh.

El día antes de conocer a Dios me vino a visitar el médico de la Emergencia, el que tenía mal aliento. Seguía teniendo mal aliento y pidió un hemograma, para controlar la evolución de los leucocitos y plaquetas. Eso fue a las 4 de la tarde. En la ronda de las 7 le recordé a la enfermera que había un pedido de hemograma, y recién allí vinieron a hacer la extracción. No es que todos los médicos tengan estatus autoasumido de Dios, hay otros que son menos que pacientes. En realidad, creo todo depende del séquito de admiradoras que haya entre las licenciadas en enfermería. No es lo mismo que una nurse de piso, con 25 años de trabajo en el hospital, esté dispuesta a prestarte sus lentes si te olvidaste de los tuyos, a que te admire una rimbombante de Emergencia. Nada que ver.

La mejoría. A partir del martes la mejoría comenzó, lento pero firme. Volvió mi apetito y me bañé, abandonando un olor corporal que solo se me ocurre describir como cavernoso. Las pseudovárices de mis piernas se transformaron en la curiosidad del piso, y vinieron nurses y doctores a dar su lega opinión. "Es la novemina" decían algunos. "Son las plaquetas", decían otros. "¿Te pica?" No. "¿Te arde?" Tampoco. "Mirá, si apoyás el dedo no queda blanco." "¿Te pasó antes?" No.
Nunca supe a ciencia cierta, y ahora desaparecieron. Por suerte.

Miercoles, jueves y viernes. Aunque Dios me cayó bastante antipático (tan perfectito, me moría de ganas de que le saliera un grano en la nariz), tengo que agradecerle su curiosidad. Gracias a los análisis que pidió sé que no tengo cáncer de médula, leucemia, pneumonía, tuberculosis, HIV, hepatitis A, B o C, leptospirosis, toxoplasmosis, virus Epstein-Barr, insuficiencia cardíaca y otras cosas que prefiero no imaginarme. Y también gracias a esos análisis a granel salió a relucir que estaba con valores hepáticos altos, lo que me valió un diagnóstico de mononucleosis. "¡Tenés mononucleosis!" me dijo Dios un día, absolutamente extasiado consigo mismo. ¡Qué cagada!, pensé yo. Bueno, nada que hacer. "Igual, te vas a quedar acá para que podamos seguir haciéndote análisis, como hasta el jueves. ¿Cómo estás en general?" "Tengo diarrea." "Ah, entonces te quedás hasta que se te vaya la diarrea." Y vieron como es, uno propone y Dios dispone.

Revelaciones. Que se me fuera la fiebre aclaró algunas percepciones que hasta entonces habían sido muy confusas. Una de ellas era que en el hospital me sentía transpirar con la fiebre, mientras en mi casa no. También durmiendo de costado me dolían las orejas... ¡qué raro! Bueno, cuando me levanté pude constatar que los colchones y las almohadas están forradas de plástico, y encima tenían forros de tela, pero ¡el espíritu del plástico no se abandona así nomás! Así que estaba durmiendo sobre plástico... interesante y teóricamente higiénico, pero bastante incómodo.

En la pieza había televisor. Otra cosa que me intrigaba era la programación del televisor. Cada vez que buscaba un canal no lo encontraba, y me preguntaba si había delirado... pues no. Resultaba que el cable tenía unos 50 canales repartidos en unas pocas señales, entonces los canales dependían de la hora. Por ejemplo, en un mismo canal estaba El Gourmet hasta mediodía, después History Channel, y después I-Sat. Otro tenía Utilísima, National Geographic y después un par de horas de TV Ciudad. Me parece que el canal Gourmet ya no es de cocinar... es más bien de comer y ser cool. El canal Utilísima (que me produce una curiosidad enorme), nunca ví cocinar tampoco, y me pregunto por qué se llama utilísima algo tan inútil. Inutilísima. Ví cómo fabricaban las manualidades más atroces... ese canal debería llamarse Desperate Housewives, totalmente. En cambio en TV Ciudad ví un programa de cocina alucinante, la propuesta era así "El Ministerio de Economía dice que una familia promedio, de 4 personas, gasta 120 pesos por comida. Llamamos a un chef de un restaurante fino y lo desafiamos a que cocine para 4 personas con esa plata." Por supuesto el chef salía airoso del paso, y hasta le daba para una entrada. El que yo ví hizo papas a la suiza con brochette de verduras de plato principal, omelette con caponata (sobras de la brochette) de entrada, y un postre de frutas cortaditas pasadas por sartén. Un genio. ¡Tomá, Narda Lepes!

Superación versus habilidad. En los 7 días que pasé en el hospital me sacaron sangre muchísimas veces. La mayoría de las veces venía una laboratorista que yo ya conocía, una mujer de unos 50 años (la flor de la edad en los técnicos). También vino un monstruo de saco verde y cara de culo un día a las 7 am, y vinieron otros que yo nunca había visto. Yo me creía superada porque me bancaba los pinchazos como una reina, pero no, no dolía casi porque eran gente muy habilidosa. De eso me vine a dar cuenta el último día, que Dios dictaminó que había que sacarme sangre en ayunas con el desayuno ya servido, y no había laboratoristas disponibles. "Te vamos a tener que sacar nosotras", me dijo una nurse veterana con aire resignado. Y como un flash vino a mi memoria una vez que alguien me dijo "no hay nada peor que ser pinchado por una nurse, no tienen idea de nada"... Bueno, la nurse decidió pinchar en el brazo derecho, pero la muy torpe perdió la vena. Déjenme explicarles, yo parezco un muñeco anatómico, mis venas se ven con mucha facilidad, y si tengo un torniquete en el brazo ni les cuento. Me mandé un ahhhh de sorpresa porque creí que me estaba inyectando algún veneno, pero la tipa seguía insistiendo, y después tuvo la desvergüenza de decirme "perdí la vena porque dijiste ah!" ¡Vieja de mierda! La auxiliar que la acompañaba decidió pinchar en el izquierdo, que estaba bastante machucado. Hizo el torniquete, buscó la vena, limpió con alcohol... y ahí se dio cuenta que no tenía aguja, así que me dejó la goma esa estrangulando el brazo y se fue a buscar la aguja. No sé si saben, pero la cosa esa duele, y si tienen machucones más. Bueno, la mujer volvió con una jeringa, pinchó y empezó a sacar con mucha dificultad. "¿Cuánto precisa?" le preguntó a la torturadora número 1. "Uh, como 20... recién vas por 10." Ahí yo perdí el control y me puse a llorar. Ellas se dieron cuenta que les había salido todo pa'l traste, y se borraron. "Ya vengo a tenderte la cama y tomarte la presión" me dijo la tortura número 2, pero no volvió. Imbéciles.

El alta. Finalmente el alta llegó el sábado de mañana, bien temprano porque Dios se iba a pescar y no se iba a demorar por algo tan banal como los pacientes. Así que llegó tempranito, abrió las ventanas, sonrió sin ton ni son mientras mi marido le preguntaba sobre la convalescencia, y cuando yo reclamé certificados me dijo "Hablá con la nurse". Me podía ir en seguida, pero preferí esperar el desayuno y aprovechar el desayuno para el acompañante también. Volvimos a casa llenos de bolsas y mochilas que habíamos ido juntando en una semana, y los vaqueros que a la ida me quedaban bien, a la vuelta me quedaban como bolsa de papas.


En casa

Malhumor
. Se supone que tengo mononucleosis y que tengo que descansar y evitar cualquier esfuerzo. En realidad como evito cualquier esfuerzo no sé si me canso, pero todo el mundo insiste y no tengo ganas de llevar la contraria. Ya soñé varias veces que se descubre un error en el diagnóstico y estoy perfectamente sana, con lo que tengo muchos problemas en el trabajo para justificar estas vacaciones inopinadas, pero los médicos me dicen que es porque soy muy responsable. Bueno, no voy a enfrentar al medical power. Mientras tanto, lo que me jode de veras, es que la gente me cree peligrosa y nadie me viene a visitar. Es verdad que puede existir cierto peligro, pero si es cierto que todavía tengo las defensas bajas, la víctima vendría a ser yo. Pero en realidad, siempre y cuando no me estornuden en la cara, no hay problemas. Creo yo.

Cosas raras. Ayer me llamó por teléfono la directora del hospital, para preguntarme cómo estaba y para decirme que necesitaban más muestras de sangre. Como la burocracia es extrema, no podían mandarme un extraccionista y punto, sino que yo tenía que pedir un médico a domicilio, el médico tenía que dar una orden y yo tenía que llamar nuevamente para solicitar un extraccionista. Bueno, me rindo. "¿Qué análisis son?", le pregunté. "Sólo de sangre", me contestó. "No te preocupes que yo hablo con el médico que te asignen." De acuerdo, llamé y pedí, y a las 3 de la tarde llegó una doctora muy joven y guapa, que no entendió ni jota de mi breve explicación. Ella llamó al hospital pero la jefa suprema con la que hablé ya se había ido, así que habló con el Laboratorio. En el Laboratorio le preguntaron de quién se trataba, y resultó que me conocían por mi nombre de pila. "Asustaste a un pueblo, chiquilina", me dijo tapando el micrófono de mi inalámbrico. Y allí me asusté yo. Ella opinó que no había que tomar muestras, me dio un beso y se fue.

Realmente esta experiencia ha sido muy ilustrativa, pero poco constructiva. Aprendí nombres de virus, me dormí adentro del tomógrafo, puse mi palada de arena para la bancarrota de mi mutualista, y me borré de mi trabajo por un mes.

Náa, mejor hubiera sido no tener nada.